lunes, 6 de abril de 2015

 El Cristianismo, que asumió como propios los mandamientos judíos, se caracteriza por uno muy propio y que lo define:  que el sentido primigenio de la vida de cada persona sea el de dar amor a los demás.  Es una propuesta de filosofía de vida.  Todo lo demás, no ha sido más que un montaje de los hombres a lo largo de la historia con el fin de enseñar, sugerir, inducir, proponer, persuadir y hasta obligar a los seguidores a seguir ese principio.  Montaje basado en muy diversas intenciones indudablemente.  Montaje realizado por una cúpula devenida en "burocracia" claramente.  Pero no hace falta ser un genio para ser capaz de distinguir el fondo de la forma.  ¿Qué tiene que ver, por ejemplo, la virginidad de María con la filosofía cristiana?  ¿En qué cambiaría la validez de la propuesta del mandamiento cristiano primigenio si Jesús hubiera tenido hermanos?  Estas discusiones son entretenidas, con frecuencia encendidas y hasta rabiosas, pero nunca ponen en riesgo el fondo del cristianismo y por ello no dejan de ser superficiales, banales.  Esto es importante, no hay que perderlo de vista.  Es verdad que se puede ser buena persona sin ser cristiano, sin creer en Jesús.  Pero una cosa no quita la otra, la filosofía de vida propuesta por el cristianismo no tiene fisuras:  poner como objetivo de vida la felicidad de los demás difícilmente nos llevaría a mal puerto.  Todo lo contrario, haría de la vida una experiencia edificante inclusive cuando no se alcancen los objetivos.  Ésta es la lección que deberíamos intentar aprender, asimilar y practicar... por el bien de todos

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