martes, 29 de julio de 2014

Fui al cine a ver bajo la misma estrella, iba muy bien cunado derrepente me fui mentalmente Nose dónde, y regreso nuevamente veo a mi acompañante al borde de las lágrimas y yo miro la pantalla me perdí Nose cuantos minutos de película,se me llenaron los ojos de lágrimas. Por la impotencia. De no tener voluntad para concentrarme y ver una simple peli,mi amigo me dice Estas emocionada está parte Es triste, yo solo respondí si!

Leticia Karina
El mecanismo fue el siguiente: los directores abrieron una página web, cuatro meses antes del estreno del filme, en la que jugaban con la idea de que todo lo que contaría el filme era cierto. Durante los seis meses previos al estreno, la web incorporó documentos, fotos y videoclips que contenían falsos informes policiales y entrevistas con los supuestos padres de los cineastas desaparecidos. Tres días antes del estreno en Estados Unidos, la productora (Artisan) emitió un documental (Curse of Blair Witch) que todavía abundaba más en la teoría de la veracidad de los acontecimientos. "La película resulta indisociable de su marketing", afirma el director de la Filmoteca.

La campaña todavía fue más lejos de lo que en aquel momento se podía uno imaginar. Llegó a extender rumores en los medios de que todo era cierto, y sus promotores impusieron un silencio total a los protagonistas (que utilizan su nombre real en el filme). La cosa llegó hasta el extremo de que añadieron en sus fichas de IMDB.com, el portal de referencia para buscar datos cinematográficos, que esos actores estaban "desaparecidos, presumiblemente muertos". En ese sentido, los esfuerzos de los ideólogos de la campaña publicitaria fueron tan efectivos que los familiares de los protagonistas recibieron llamadas de condolencia de sus amigos y conocidos. 

De esta manera ir a ver esta película al cine, al menos en sus primeros días de estreno, era como ir a ver una película de las denominadas snuff: legendarias películas, de las que nunca se ha comprobado su existencia, en las que los participantes sufren agresiones de verdad. Incluso la muerte. 

Así no se podía fracasar.

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domingo, 27 de julio de 2014

Mucho, quizás demasiado, ha ocurrido, entonces, en estas densas páginas de la sección Fuerza y Entendimiento. 

La filosofía de la naturaleza newtoniana, kantiana, y la del romanticismo alemán, han desfilado en rapidísima sucesión, para ser trascendidas y reformuladas en el marco de la propia filosofía natural hegeliana, puesta aquí, aún, en la forma extremadamente general de fundamento lógico.

La inercia, la conservación de la cantidad de movimiento, la exterioridad de cosa y relación, la exterioridad de movilidad y Ser, propias de la concepción mecánica del mundo, han sido trascendidas a través de rápidas alusiones y una abigarrada serie de afirmaciones (que no pretenden, por cierto, en absoluto, tener el carácter de demostrativas) que se ponen como fundamento.

Pero también la exterioridad entre la ley y el fenómeno es trascendida radicalizando el carácter constituyente de las categorías entendidas de manera kantiana.

Y, más allá, Hegel asume la realidad de las nociones de tensión, polaridad, finalidad, auto finalidad y auto diferenciación, que ha levantado la filosofía natural del romanticismo en contra de las simplezas y las inercias de la concepción newtoniana.

Hegel radicaliza estas nociones concibiéndolas como categorías, es decir, como modos de hacerse el Ser, y pone en cada una de ellas el elemento de lo negativo, que el optimismo un poco ingenuo del romanticismo no había reconocido suficientemente. Es desde este punto de donde arrancará su distanciamiento con Schelling.


Ese operar de lo negativo es el que confiere al juego de fuerzas el carácter dramático que hace posible llamar a uno de sus momentos “mundo invertido”, y es la clave de la inquietud esencial que caracteriza a la infinitud, en que se condensan los momentos anteriores, y que es lo más cercano a la objetividad en toda la sección Conciencia.

 El paso final, en la última página de esta sección, es que esa infinitud se revele como sujeto. Pero ese paso está más allá de la función y sentido propio de la filosofía de la naturaleza, que ha servido y mostrado hasta aquí lo que es su esencia: es el ámbito que permite pensar la objetividad de una manera lo suficientemente compleja como para reconocer en ella a la propia subjetividad.
la inquietud intrínseca del ser, y la realidad ontológica de las relaciones. 
Otros asuntos filosóficos, como las características del lenguaje, la realidad de la libertad, la eventual estructura de la operación de pensar, o la capacidad del sujeto de conocer lo real, son tan importantes en la filosofía natural como el saber científico, y son frecuentemente prioritarias en sus discusiones. Un buen ejemplo de esto es la discusión, fallida o no, de las antinomias, en la Crítica de la Razón Pura. Lo relevante en ellas no es el asunto empírico de si el espacio es infinito o de si el tiempo tiene un origen. El asunto en juego, más fundamental, es si puede haber entes reales y finitos libres en un universo mecánico, o si es aceptable pensar que haya en la naturaleza antinomias auténticas. Las preocupaciones del filósofo, metafísicas, éticas, estéticas, políticas, son muy distintas de las del científico, técnicas, empíricas, operativas.
Por supuesto, lo que sostengo no es que no haya relaciones entre ambos campos, o que no pueda haberlas o, incluso, que en algún tema no sean deseables. Lo que afirmo es que tales relaciones no son, ni histórica ni teóricamente, de causalidad, ni dependencia, en ninguna de las dos direcciones.

¿Cuál puede ser entonces el interés de las consideraciones precedentes sobre eventuales connotaciones filosóficas de ciertos aspectos de la ciencia actual?
El asunto podría verse más o menos de la siguiente manera. Por muy formalistas o instrumentalistas que pretendan ser las teorías científicas, contienen de hecho ideas acerca de cómo podría ser la estructura de lo real, contienen ideas que, miradas desde la filosofía, tienen connotaciones ontológicas. Pero esa estructura de lo real como tal, a pesar de los formalismos empobrecedores de los neokantismos, ha sido y es también una preocupación tradicional de la filosofía. Sin que ninguna de las dos disciplinas pretenda imponerse sobre la otra, debería ser iluminador para ambas echar un vistazo sobre el campo ajeno para ver cómo se están dando las cosas. esas ideas, en principio ajenas, podrían ser iluminadoras sobre los problemas y discusiones propias. Iluminadoras a la manera de pretextos, de sugerencias que deben ser convertidas y elaboradas como algo muy distinto de su origen, para darles utilidad y sentido en un nuevo ámbito teórico.

Pero esta moderada relación que presento, finamente respetuosa de la estupidez de las fronteras disciplinares, adquiere, en la filosofía hegeliana, una connotación muy distinta. Para Hegel el espíritu de una época es algo real. No es una mera metáfora, ni es la clase de realidad teológica que el uso común de esta palabra pareciera indicar. Es la unidad viviente de un pueblo que se expresa en su cultura, en sus actos, en su vida cotidiana, en sus contradicciones y dinamismos. Se trata de la unidad coherente pero no homogénea de una forma de habitar el mundo, una unidad que se representa a sí misma, y se reconoce, en sus ideas, sus instituciones, tradiciones y rituales. El mundo social no es un mero agregado de iniciativas individuales, ni una mera colección de actos, obras e ideas. Hay una cierta unidad, y ella es formada por y formadora de quienes la habitan.

Considerados así, el arte, las normas, los hábitos de la vida cotidiana, las formas de la familia o la guerra, son expresivas de ese espíritu. Y sus formas son correlativas, tienen un origen común, sin necesidad de mantener relaciones causales o de dependencia directa entre ellas. Hay un operar del pensar que las subtiende y que, arraigado en las formas de vida, hace posible lo pensable y lo no pensable en cada uno de sus ámbitos.
La lógica hegeliana, considerada de manera epistemológica, describe los modos más generales de esa operación del pensar. La filosofía de la naturaleza, de un modo fenomenológico, describe cómo esa operación del pensar común a una época se expresa como idea de la naturaleza.
Los principios de la lógica formal son necesarios para mantener la coherencia en el orden del discurso, pero son completamente inadecuados para comprender o describir la complejidad de lo real,  son instrumentos prácticos, para que nos entendamos, y no reflexiones que estén a la altura de los sutiles modos en que el Ser se hace Ser. Son superficiales y tautológicos.