En un sentido muy simplista, ambas orientaciones, la liberal y la conservadora, tienen un "aspecto positivo" y un "aspecto negativo" y lo ideal sería rescatar lo positivo de ambas perspectivas, dejando de lado al mismo tiempo sus facetas negativas. Lo bueno del liberalismo es su énfasis en las libertades individuales y su rechazo de la mentalidad gregaria. Pero el hecho es que, en su celo por proteger las libertades individuales, el liberalismo ha terminado negando todo valor colectivo (incluidos los valores religiosos y espirituales, que, insistimos, ha reemplazado por los valores económicos y materiales). Porque el hecho es que el interés por lo económico -que en sí mismo no es malo- suele fomentar un clima de despreocupación por el alma. De hecho, en los círculos liberales el término "religioso" ha llegado a tener connotaciones un tanto embarazosas. Kant hablabla, precisamente, en nombre de la Ilustración liberal cuando dijo que, a partir de ella, todo aquel que fuera descubierto arrodillado y rezando debería sentirse profundamente avergonzado.
En el clima de las libertades políticas y económicas, todo lo que suene a religioso o espiritual tiende a resultar embarazoso. En breve veremos que eso ocurre porque tenemos una visión mítica y empobrecida del Espíritu, pero es evidente que la función histórica del liberalismo ha sido matar a Dios, y ciertamente lo ha hecho, hasta el punto de quedar asociado a la "tiranía antiespiritual". ¿Sería posible despojarnos de esta "tiranía antiespiritual" sin perder las admirables ventajas individuales logradas por el liberalismo? Lo positivo del conservadurismo, por su parte, es su comprensión de que, a pesar de la importancia de los individuos y de las libertades individuales, estamos muy equivocados si creemos que el individuo es una isla. De hecho, nuestra misma existencia depende del entramado familiar, colectivo y espiritual en que estamos inexorablemente inmersos.
De algún modo, pues, mis valores más profundos no dependen exclusivamente de la relación que sostengo conmigo mismo, sino también con mi familia, con mis amigos, con mi comunidad y con mi Dios. Y en la medida en que reniego de esas relaciones profundas no sólo destruyo el soporte mismo de la comunidad y me extravío en un desenfreno hiperindividualista, sino que también me alieno del más profundo de todos los vínculos, el que une el alma del ser humano con el Espíritu divino. Muy bien, pero ¿de qué Dios está usted hablando? -responderán a esto los liberales-. Porque lo cierto es que cada vez que estas consideraciones abstractas se han concretado prácticamente en un código moral o en una religión determinada han terminado desembocando en un tipo u otro de caza de brujas. La importancia del contexto comunitario y espiritual no tarda en degenerar en mi comunidad, mi Dios y mi país, acertada o equivocadamente! Y si usted no acepta a mi Dios, irá directamente al infierno y yo mismo me encargaré gustosamente de acompañarle. La tiranía cultural, pues, más o menos solapada, nunca ha sido ajena a la agenda conservadora.
¿Existe alguna forma de rescatar las ventajas del enfoque conservador -en particular su aceptación de la espiritualidad- sin caer en la tiranía cultural que suele acompañarle? Y ¿existe alguna forma de conservar las ventajas del efoque liberal -las libertades individuales- despojándonos de la tiranía de los anti-alma? ¿Es posible, en suma, articular un liberalismo espiritual, un humanismo espiritual, un abordaje que considere los derechos del individuo en un contexto espiritual más profundo que no los niegue sino que, por el contrario, contribuya a sostenerlos? ¿Es posible concebir a Dios y al Espíritu de un modo que ayude a consolidar los objetivos más nobles del liberalismo? ¿Es posible encontrar algún sustrato común a los dos enemigos acérrimos que se debaten en el mundo moderno, Dios y el liberalismo? Ésta es, como ya he dicho, en mi opinión, la más urgente de las preguntas a que debe hallar respuesta el mundo moderno y postmoderno. Porque mientras no lo haga, el conservadurismo espiritual seguirá fragmentando al mundo, ya que su agenda sólo le permite respetar a los fieles a su Dios particular, llámese Jehová, Alá, Shinto o Shiva (nombres todos ellos con los que lamentablemente se convoca, con demasiada frecuencia, a la batalla).
Es absolutamente necesario preservar los logros obtenidos por el liberalismo ilustrado, pero también lo es ubicarlos en el contexto de una espiritualidad que trascienda las objecciones de la Ilustración. Debe tratarse, en suma, de una espiritualidad que no niegue la Ilustración sino que se asiente sobre ella o, dicho de otro modo, en un Espíritu liberal.
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