Hegel fue un filósofo que habló sobre cómo las cosas limitadas o finitas en el mundo se pueden conectar con algo más grande e infinito. Expuso este principio de dos maneras diferentes.
En primer lugar, Hegel habló sobre el camino que la mente
humana ha tenido que recorrer para entender este principio. También podemos
decir que es el camino que este principio ha tenido que seguir para ser
comprendido por la mente humana. Es como si fuera una especie de viaje que
lleva a la mente desde la individualidad hacia una comprensión más universal.
En segundo lugar, Hegel examinó cómo este principio se
muestra en diferentes aspectos fundamentales de la realidad. Estudió cómo se
manifiesta en las cosas que nos rodean y en las diferentes formas en que
experimentamos el mundo.
Hegel también dijo que la fenomenología, que es el estudio
de cómo percibimos las cosas, es como una historia contada sobre cómo la mente
humana pasa por diferentes etapas de desarrollo. A través de estos diferentes
momentos, como los desafíos y las dificultades, la mente avanza desde ser un
individuo limitado hacia una comprensión más amplia y racional.
La filosofía también tiene un propósito educativo. Para
llegar a comprender la filosofía como una ciencia, primero debemos mostrar y
demostrar cómo ha evolucionado. La fenomenología es una parte de esta evolución
filosófica, ya que nos prepara e introduce gradualmente a la filosofía.
En la fenomenología, Hegel describe diferentes etapas del
conocimiento humano. Una de estas etapas es la "Certeza Sensible". En
esta etapa, el conocimiento se basa en nuestras experiencias sensoriales y en
la percepción directa de los objetos. Para nosotros, esta certeza sensible
parece ser la forma más rica y verdadera de conocimiento, ya que tenemos una
experiencia completa de los objetos a través de nuestros sentidos.
Sin embargo, Hegel señala que esta certeza sensible también
tiene limitaciones. A medida que exploramos más a fondo, nos damos cuenta de
que nuestra certeza se basa únicamente en el hecho de que el objeto está
presente, en su mera existencia. Nuestra conciencia, en esta etapa, es solo un
"yo" puro y el objeto es solo un "esto". No tenemos una
comprensión más profunda del objeto más allá de su existencia inmediata.
Hegel examina más a fondo el objeto de la certeza sensible y
se pregunta qué es realmente este objeto. Lo analiza desde la perspectiva del
"ahora" y el "aquí". Por ejemplo, si decimos que el ahora
es la noche, al escribirlo y revisarlo más tarde, vemos que esa afirmación ya
no es verdadera. El ahora se mantiene, pero ya no es la noche. Esto nos muestra
que la certeza sensible no es algo inmediato, sino algo mediado y determinado
por otros elementos.
Hegel concluye que lo que permanece en esta certeza sensible
es lo universal. Lo universal es la verdad detrás de nuestra certeza, y se
refiere a algo que es válido en diferentes contextos, más allá de lo inmediato
y particular. Es la esencia de nuestra certeza sensible.
En esta etapa, la relación entre el conocimiento y el objeto se invierte. El objeto, que debería ser esencial, se vuelve no esencial en la certeza sensible. Lo esencial ahora radica en el conocimiento mismo, en el yo que sabe acerca del objeto. La certeza sensible se retrae hacia el yo, aunque no ha sido superada, sino que se ha limitado a sí misma. Todavía queda mucho por aprender sobre esta realidad a través de la experiencia.
La siguiente etapa de la fenomenología es sobre el sujeto de
la certeza sensible. En esta etapa, se trata de cómo nosotros, como individuos,
percibimos y afirmamos la existencia de objetos a nuestro alrededor.
Según Hegel, la fuerza de nuestra certeza radica en nuestra
propia experiencia personal. Si vemos un árbol, lo afirmamos como
"aquí", y si vemos una casa, la afirmamos como "aquí".
Ambas afirmaciones parecen ser verdaderas y legítimas porque las percibimos
directamente.
Sin embargo, surge un problema. Cuando otra persona tiene
una experiencia diferente, por ejemplo, ve otra cosa en el mismo lugar, las dos
afirmaciones no pueden ser verdaderas al mismo tiempo. Una de ellas desaparece
en relación a la otra.
Lo que no desaparece es el "yo" como un concepto
universal. Mi capacidad de ver y afirmar no está limitada a un objeto
específico, como un árbol o una casa. Es un "ver" que se mantiene
simple e indiferente ante lo que sucede a mi alrededor.
Hegel señala que la experiencia de esta certeza nos lleva a
dudar de la existencia tanto del objeto como del yo individual. La esencia no
se encuentra ni en el objeto ni en el yo, y la inmediatez de la percepción no
pertenece ni a uno ni al otro. Ambos son inesenciales.
Es interesante observar que la dialéctica de la certeza
sensible es en realidad la historia de su movimiento y experiencia. La
conciencia natural llega a este resultado una y otra vez, pero rápidamente lo
olvida y comienza de nuevo desde el principio.
Hegel critica la afirmación de que la existencia de los
objetos externos tiene una certeza y verdad absolutas. Argumenta que cuando
decimos "esto" para referirnos a un objeto específico, en realidad no
estamos expresando la totalidad de lo que suponemos. Además, si tratamos de
especificar exactamente "esto", nos encontramos con que todo papel es
un "esto", y solo estamos hablando de lo universal.
La fenomenología, Hegel examina cómo percibimos y afirmamos la existencia de los objetos como individuos. Señala que la certeza radica en nuestra experiencia personal, pero también nos lleva a cuestionar la esencia tanto del objeto como del yo. Además, critica la afirmación de que la existencia de los objetos tiene una certeza absoluta, ya que nuestra percepción está limitada y no podemos expresar plenamente lo que suponemos.
Hegel nos dice que cada objeto tiene propiedades múltiples.
Por ejemplo, una sal puede ser blanca, tener sabor salado y tener una forma
cúbica. Todas estas propiedades se encuentran en un solo objeto, y ninguna de
ellas tiene un lugar diferente al de las otras. Estas propiedades no se afectan
entre sí, cada una se relaciona consigo misma y se mantiene indiferente a las
otras.
Sin embargo, Hegel señala que las propiedades no son
simplemente indiferentes, sino que se distinguen y se relacionan entre sí. La
distinción y la relación entre las propiedades caen fuera de la simplicidad del
objeto. El "medio" universal que las une es tanto un "también"
indiferente como un "uno" excluyente. El "uno" es el
momento de negación que excluye a otras propiedades y determina la esencia del
objeto.
En la percepción, experimentamos la contradicción en el
objeto. Por un lado, percibimos al objeto como un "uno" puro, pero
también notamos las propiedades universales que van más allá de la
singularidad. Si encontramos algo contradictorio en nuestra percepción, lo
reconocemos como nuestra propia reflexión.
Además, en la percepción, notamos diferentes propiedades que
parecen ser propiedades del objeto, pero nos damos cuenta de que esta
diversidad proviene de nosotros mismos. Las propiedades se presentan
diferentemente ante nuestros sentidos, como la lengua y los ojos. Somos
nosotros quienes separamos y diferenciamos estos aspectos en nuestra
experiencia. Mantenemos la igualdad y la verdad del objeto como un
"uno".
Las cosas en sí mismas tienen varias propiedades que las
diferencian de otras. Estas propiedades son inherentes a la cosa misma y no
dependen de otras cosas. La cosa misma es blanca, cúbica, salada, etc. Es el
"medio" universal en el que estas propiedades coexisten. Al captar la
cosa de esta manera, la percibimos como verdadera.
Sin embargo, en el acto de percibir, también somos
conscientes de que nos reflejamos en nosotros mismos y de que hay un momento
contrario al "también". Este momento es la unidad de la cosa consigo
misma, que excluye la diferencia. La conciencia debe asumir esta unidad, ya que
la cosa en sí misma es la existencia de múltiples propiedades distintas e independientes.
Unificar estas propiedades corresponde únicamente a la conciencia.
En resumen, en esta etapa de la fenomenología, Hegel analiza cómo comprendemos las propiedades de los objetos que percibimos.
Notamos que las propiedades coexisten en un objeto, pero también reconocemos que la diversidad proviene de nuestra propia experiencia.
Las propiedades son inherentes a la cosa misma, y la conciencia debe asumir la unidad de la cosa, ya que las propiedades distintas e independientes solo pueden ser unificadas por la conciencia.
Después de la etapa de la percepción, la conciencia avanza
hacia un movimiento de universalidad incondicionado y hacia el reino del
entendimiento. La conciencia ya no se enfoca solo en el objeto como lo
verdadero, sino que ahora ve al objeto como un movimiento en sí mismo.
El objeto es un "uno" que se refleja en sí mismo,
es consciente de sí mismo y también es consciente de otros objetos. Cada objeto
se determina a sí mismo como algo diferente y tiene una diferencia esencial en
relación a otros objetos. Esta determinación es lo que hace que el objeto sea
único y distinto.
Sin embargo, el objeto solo puede ser un "uno"
para sí mismo cuando no está en relación con otros objetos. En la relación con
otros objetos, se establece una conexión que hace que el objeto deje de ser
"uno" en sí mismo. Esta conexión con otros objetos implica el cese de
su independencia.
La cosa se comporta ante otros objetos a través de su carácter absoluto y su contraposición, pero este comportamiento implica la negación de su independencia. En última instancia, la cosa se desmorona a través de su propiedad esencial.
En la etapa del entendimiento, la conciencia ha dejado atrás
la percepción y ha llegado a pensamientos universales incondicionados. En esta
etapa, la conciencia niega sus conceptos unilaterales y los convierte en algo
abstracto, abandonándolos. El resultado de este proceso tiene un significado
positivo, ya que pone de manera inmediata la unidad entre el ser para sí y el
ser para otro, o la contraposición absoluta.
Aunque esta unidad aparentemente afecta solo a la forma de
los momentos, también afecta al contenido mismo. El contenido que se
consideraba verdadero en la percepción solo pertenece a la forma y se disuelve
en su unidad. Este contenido es universal y no hay ningún otro contenido que se
escape de este retorno a la universalidad incondicionada.
El universal incondicionado, que es objeto para la
conciencia, revela la diferencia entre la forma y el contenido. En la figura
del contenido, los momentos tienen el aspecto en el que se presentaron
inicialmente: por un lado, el "medio" universal de múltiples materias
subsistentes y, por otro lado, el "uno" que se refleja en sí mismo y
en el que su independencia queda aniquilada.
Estos momentos, al tener su ser solo en esta universalidad,
ya no pueden mantenerse separados, sino que son aspectos que se superan a sí
mismos y solo existe el tránsito de uno al otro. Este movimiento de superación
de momentos se llama fuerza. La fuerza implica la expansión de las materias
independientes en su ser y su exteriorización, pero también implica la
desaparición de esas materias hacia sí mismas, lo que se llama fuerza
propiamente dicha.
En la etapa del entendimiento, la conciencia avanza hacia pensamientos universales incondicionados y reconoce la unidad entre el ser para sí y el ser para otro. El contenido que antes se consideraba verdadero en la percepción se disuelve en esta universalidad. En esta etapa, se comprende la diferencia entre la forma y el contenido, y se observa cómo los momentos se superan a sí mismos en el movimiento de la fuerza.
Lo interior es algo que sigue siendo desconocido para la
conciencia. Es como un vacío, solo la nada del fenómeno, pero también es algo
universal y simple. Algunas personas dicen que lo interior de las cosas es
incognoscible, pero eso se debe a que no se puede hacer mucho con lo interior y
solo podemos entenderlo a través del fenómeno.
El término medio que conecta el entendimiento y lo interior
es la fuerza desarrollada, que ahora desaparece para el entendimiento. A esto
se le llama manifestación, porque es como una apariencia que es en sí misma un
no-ser. Pero no es solo una apariencia, es un fenómeno, la totalidad de lo que
aparece.
Lo interior proviene de la manifestación y la manifestación
es su esencia. La manifestación llena lo interior. A través de su relación con
lo interior, la manifestación cambiante se convierte en una diferencia simple.
Lo interior es tanto lo universal en sí mismo como la diferencia universal, que
es el resultado del cambio.
En lo interior, la diferencia se expresa en la ley, que es
como la imagen constante del fenómeno inestable. El mundo suprasensible es un
reino tranquilo de leyes, más allá de lo que podemos percibir, pero las leyes
se presentan en el mundo percibido como su imagen tranquila e inmediata.
En resumen, lo interior es algo desconocido pero universal y simple. No podemos hacer mucho con lo interior, pero podemos entenderlo a través del fenómeno. La manifestación conecta el entendimiento y lo interior, y en lo interior encontramos la diferencia y las leyes que rigen el mundo suprasensible.
A través de la infinitud, vemos que la ley se ha cumplido
completamente como necesidad y que todos los aspectos del fenómeno se han
reunido en su interior. En el interior de la manifestación, el entendimiento es
realmente la manifestación misma, pero no como un juego de fuerzas, sino como
ese mismo juego de fuerzas en sus momentos universales absolutos y en su
movimiento. El entendimiento solo experimenta a sí mismo.
La conciencia, elevada por encima de la percepción, se une a
lo suprasensible a través de la manifestación, a través de la cual puede mirar
ese fondo. Los extremos del puro interior y del interior que lo mira se unen
ahora, y junto con ellos desaparece el término medio que los separa. El telón
se levanta sobre lo interior y lo que está presente es el acto en el que lo
interior mira a lo interior. Esta contemplación se muestra como lo interior
diferenciado, pero al mismo tiempo se revela la inseparabilidad de ambos
términos, la autoconciencia.
Se hace evidente que detrás del telón, que debe cubrir lo
interior, no hay nada que ver a menos que nosotros mismos lo atravesemos para
ver y hacer posible que haya algo detrás que pueda ser visto. Pero al mismo
tiempo, se muestra que no era posible ir directamente allí sin tener en cuenta
todas estas circunstancias, ya que este conocimiento, que es la verdad de la
representación del fenómeno y de su interior, es el resultado de un movimiento
detallado en el que desaparecen los modos de la conciencia, como el modo de
ver, la percepción y el entendimiento.
Además, se mostrará que conocer lo que la conciencia sabe, en cuanto se conoce a sí misma, requiere incluso más circunstancias que exploraremos a continuación en las autoconciencias del mundo humano en su desarrollo histórico.
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