viernes, 5 de julio de 2013

La dialéctica como unión y superación de los contrarios.

  Si queremos caracterizar de modo sencillo en qué consiste lo que distingue, según Hegel, la Naturaleza del Espíritu, nos encontramos con una fórmula simple. La naturaleza es eso que está ahí. Y el espíritu es esto que soy yo mismo. Naturaleza es, por tanto, estar ahí; como diría Hegel ser en sí. Espíritu es ser para mí, ser para sí, mismidad.

        Pensar la síntesis de naturaleza y espíritu quiere decir también pensar la unión entre realidad y conciencia, entre lo objetivo y lo subjetivo, entre lo exterior y lo interior, entre sentidos y razón. En suma, entre lo finito y lo infinito, entre Dios y el mundo, entre el Creador y su creación.
        La dialéctica como unión y superación de los contrarios.
        Para pensar y comprender la unión de los contrarios se hace necesario, según Hegel, un nuevo tipo de pensamiento, se hace necesaria una nueva lógica: no ya la lógica tradicional, aristotélica, asentada sobre el principio de no contradicción (no se puede afirmar y negar una cosa al mismo tiempo y en el mismo sentido), sino la lógica dialéctica. Esta lógica hegeliana afirma que, más allá del entendimiento, que procede oponiendo conceptos (viendo el límite en todas las cosas), está el poder dialéctico y especulativo de la razón que primero niega para afirmar después en un nivel más alto: primero niega lo que afirma el entendimiento y, posteriormente, afirma o asume tanto la primera tesis o afirmación del entendimiento como la negación de esa tesis (antítesis), llegando así a la síntesis donde son superadas y conservadas a un tiempo tanto la verdad de la tesis como la de la antítesis. Un ejemplo vivo de esto podría ser: a) Tesis: yo soy yo (identidad); b) Antítesis: yo no soy yo, yo no soy nunca el mismo (carezco de identidad como algo fijo, permanente); c) Síntesis: yo soy yo y no soy yo. Yo soy el que seré (mi identidad es un perpetuo hacerse o devenir). Dicho de otro modo: lo que soy ahora es un momento necesario e insustituible de mi realidad; pero eso que soy tiene que ser negado, pues eso es finito y pasajero; finalmente, seré plenamente al final de mi proceso vital (acaso un proceso infinito) o cuando sepa que soy, yo también, absoluto.
        El Absoluto como síntesis donde se resuelve, sin aniquilarse, toda dualidad.
        Para comprender toda la realidad (toda la realidad y cualquier realidad) hay que comprenderla en relación con lo Absoluto. Para comprender cualquier cosa finita, hay que ponerla en relación con lo infinito. En seguida hablamos de ello, pero antes recordaremos que lo real es para Hegel lo activo, lo que tiene capacidad para desplegarse a partir de sí mismo. Por eso lo real es un proceso u devenir o llegar a ser. La realidad es sustancia pero también sujeto. Como sustancia es lo permanente, lo esencial, lo que se objetiva o exterioriza (en lenguaje religioso: El mundo como la objetivación o exteriorización –o la negación- de Dios); como sujeto, es conciencia, espíritu que conoce, capacidad de interiorización, vuelta a sí mismo.
        Pues bien, para Hegel el Absoluto es sustancia y es sujeto. Su mejor definición es decir que es espíritu infinito (el buen infinito, que no está separado de lo finito, sino que lo incluye dentro de sí. Pues, en efecto, lo finito no puede limitar o poner límites a lo Absoluto). Lo Absoluto es Dios o, como también lo llama Hegel, la Idea (la Idea es el concepto adecuado del Absoluto).
        Hay que darse cuenta de que para Hegel no conocemos de verdad ninguna cosa si no es en su relación con el Absoluto (saliendo, por así decir del Absoluto, como un momento –finito pero necesario- del Absoluto). La verdad es la totalidad. Por tanto, el Absoluto sólo existe concretándose y encarnándose en todas las cosas (en la naturaleza y el espíritu finitos). Por eso no se puede definir el Absoluto, ni hay que pensar que el Absoluto sea una cosa absoluta, sino el fundamento absoluto de todas las cosas.
        Decir que todo es espíritu absoluto, que todo es el absoluto, quiere decir que nada tiene ser, ni es por tanto verdaderamente conocido, repetimos, si no es entendido en su última raíz, como un momento de la vida infinita. Por eso dice Hegel que la verdad no se encuentra en la cosa, nunca se encuentra en el resultado concreto, provisional (esto es decisivo para entender la historia en Hegel). El resultado sería como el cadáver que ha dejado en pos de sí la tendencia que lo engendró. Lo verdadero –dice Hegel- no es el resultado sino el todo; aquello que vincula el resultado a su principio o fundamento.
        El sistema hegeliano.
        A esa relación o articulación que guarda cada cosa con su fundamento absoluto lo llama Hegel sistema. La filosofía ha de ser sistemática, ha de ser un sistema de todos los conocimientos, si quiere ser un saber absoluto o total del Absoluto. Pues bien, el sistema hegeliano tiene tres partes: LÓGICA, FILOSOFÍA DE LA NATURALEZA y FILOSOFÍA DEL ESPÍRITU.
        La Lógica, que es como la Metafísica hegeliana, pues expone y desarrolla las determinaciones conceptuales del Ser (los modos en que se puede y debe pensar lo real), del Absoluto. Sería la Idea estudiada en sí misma (Dios antes de crear el mundo, dice Hegel). [Esto correspondería al momento abstracto del entendimiento. Tesis, en el proceso dialéctico].
        La Filosofía de la Naturaleza o estudio del mundo en diferentes niveles (mecánica, química, física, biología, geología, etc.), pero del mundo o naturaleza como lo otro del espíritu, como la autonegación o alienación de Dios. Sería la Idea fuera de sí misma (el resultado de la creación, como algo finito). [Momento negativo-racional. Antítesis].
        La Filosofía del Espíritu o la exposición de la toma de conciencia que hace el espíritu de sí propio, desde su emerger en y desde la naturaleza hasta convertirse en espíritu absoluto. Es la parte más importante, sin despreciar la primera, del sistema hegeliano. Sería la Idea para sí, o mejor, en sí y para sí (Dios realizado y realizándose en y más allá de su Creación). [Momento positivo-racional o especulativo. Síntesis].
        El concepto de Espíritu.
        Hegel define el Espíritu como libertad. Esta es la esencia del espíritu. Bien entendido que la libertad supone o implica la autoconciencia, el conocimiento de sí mismo, pues, para Hegel, somos lo que de verdad conocemos. La voluntad racional que quiere la libertad, para uno mismo y para todos los demás, porque sabe que todos somos esencialmente libres, libres por derecho propio, es la expresión cabal del espíritu. Ese querer racional es la unión de teoría y praxis, de conocimiento y acción, de esencia y existencia, de ser y deber-ser. El Espíritu es la Razón que sabe que no hay oposición insuperable entre lo que existe y lo que debe existir, entre lo imperfecto y lo perfecto, entre lo que nos exige la conciencia moral y lo que de hecho pasa en el mundo, en la historia. Ahora bien, la Razón que sabe esto es la Razón o Espíritu Absoluto, síntesis del Espíritu subjetivo y del espíritu objetivo.
        El espíritu subjetivo comienza siendo alma y luego conciencia. El alma siente, pero no conoce; la conciencia se desdobla (es conciencia de algo) para llegar a la autoconciencia universal. El espíritu es voluntad racional, capaz de llegar al conocimiento perfecto o absoluto.
        Respecto al espíritu objetivo, importa fijarse en la noción o concepto del Estado, verdadera síntesis del derecho y la moralidad, lugar donde se manifiesta plenamente la divinidad y donde se hace posible, real y efectivamente, la libertad. Pero bien entendido que Hegel se refiere a la idea del Estado y no sólo a los estados que han existido históricamente, que son finitos e imperfectos.
        El espíritu absoluto comprende en Hegel el arte, la religión y la filosofía. La historia de estas disciplinas nos muestra un progreso dialéctico hasta culminar en la perfecta toma de conciencia de lo que el Absoluto mismo es y de lo que es todo (cualquier realidad) en relación al Absoluto. La filosofía, no lo olvidemos, es saber absoluto del Absoluto.
        La idea de la historia.
        La concepción hegeliana de la historia no es difícil. Con todo, no hay que perder de vista que la historia es un despliegue necesario del Espíritu Universal o Espíritu del Mundo, que se encarna en los Espíritus de los pueblos que han tenido un papel relevante en la historia de la humanidad (son pueblos que se han constituido en Estados). La historia ha transcurrido racionalmente, los hechos históricos tienen un sentido que desciframos, en última instancia, como un esfuerzo poderoso y astuto del Espíritu divino por realizar la libertad. Pese a la insistencia de Hegel en señalar la libertad como el propósito, la meta y el fin de la historia, no queda demasiado claro el papel de la libertad individual en este sistema.
        Conclusión.
        Panlogismo: todo es lógica, todo se reduce a concepto. El Absoluto, Dios, es la Idea. Sí, pero como Vida infinita, como movimiento y devenir sin término. Esto plantea algunas aporías, algunos callejones sin salida, algunas contradicciones… ¿Podrán todas ellas resolverse dialécticamente? El fondo último de la realidad, de cuanto existe, ¿es él mismo racional? ¿O es irracional? ¿O ninguna de las dos cosas? Pero no es este el lugar de críticas ni mayores especulaciones.
        Hegel quiere convertir el misterio en algo comprensible, traducirlo a conceptos racionales. La religión encuentra, para él, su sentido en la filosofía. Hay algo muy loable en intentar unir el amor y el conocimiento. Pero el joven Hegel, el teólogo, ponía el amor por encima del conocimiento (ese amor que hace que nos veamos en el amado); la unión con lo Infinito se producía por vía religiosa y no podía comprenderse: la filosofía no podía realizarla. El Hegel maduro invierte los términos de esta relación: la razón por encima del amor. Es la culminación (y el agotamiento al mismo tiempo) del racionalismo moderno, del pensamiento que define al ser humano como animal racional, pensante.
        “La verdadera naturaleza de lo finito –escribe Hegel- es esta: que es infinito”. Ahora bien, lo Absoluto (que comprende ambos conceptos, “finito” e “infinito”) no es para Hegel una unidad abstracta más allá de todas la limitaciones y allende todo saber, sino la totalidad concreta que se despliega como naturaleza y espíritu. Los dos conceptos claves de la filosofía occidental.

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